¿Ante una UE sin alma política ?

La crisis global de los refugiados y su penosa gestión por parte de la Unión Europea (UE) ha vuelto a poner de manifiesto las carencias y silencios de la acción exterior de la UE en materias centrales de nuestra convivencia y de la protección de los Derechos Humanos. Posteriormente, el acuerdo con Turquía y la calificación de dicho Estado como destino seguro para los refugiados fue ruidosamente descalificado por un intento de golpe de Estado en la propia Turquía, para consumar un sonoro fracaso internacional de la UE y de sus Estados miembros, cuyas consecuencias son sufridas por millones de hombres y mujeres.

Este lamentable ejemplo por parte de la UE y de sus Estados miembros ratifica que el complicado entramado histórico, institucional y competencial de la UE debería ser objeto de profundas reformas, especialmente en materia de política exterior y aplicación de los Derechos Humanos. La cuestión es relevante si consideramos que la UE carece de Administración propia, debiendo servirse de las Administraciones de cada Estado miembro para garantizar el cumplimiento de sus políticas y normas. Con mayor razón y necesidad si consideramos la ausencia de un planteamiento político europeo sobre el Estado islámico, la crisis de los refugiados, la inmigración, la demanda energética o las políticas regresivas de Donald Trump, entre otros fenómenos globales.

Estas cuestiones complican la situación de la UE y la propia aplicación de un proyecto europeo cada vez más carente de alma propia, alejado de la ciudadanía y de la garantía de nuestros derechos. Sin obviar lo positivo de las sucesivas ampliaciones comunitarias, éstas han acabado por consumar un modelo político de varias velocidades, en el cual muchos actores siguen sin encontrar su lugar y en el que la política exterior de la UE resulta del todo inexistente en un mundo globalizado.

Si en el marco de los Tratados de la UE se ha producido una modificación del concepto de soberanía, cediendo una parte de la misma hacia una instancia supraestatal, dotada de Derecho propio, con eficacia directa, primacía y tutela judicial; la voluntad política de los distintos Estados y naciones de la UE debiera concordar con el espíritu de integración europea que ha inspirado históricamente el movimiento europeo, también para lograr una auténtica política exterior de la UE. Sin embargo, la nueva ¿soberanía» de la UE es teóricamente compartida entre sus Estados miembros pero éstos se resisten a compartir soberanía en el nivel exterior, de cara a una mínima gestión de aquellos problemas que amenazan el núcleo de convivencia de la UE.

Una renovación del proceso de integración europea fruto de la voluntad de diversos Estados y naciones debiera producir, desde mi punto de vista, una suma de voluntades políticas hacia dentro de la UE, pero también hacia al exterior en este grave contexto de crisis humanitaria, política, económica y social. El liderazgo económico de Alemania en la UE debería ser complementado por una acción exterior que aborde los retos pendientes de la UE en clave de soberanía compartida entre Estados, naciones y ciudadanía. En este sentido, la UE necesita abordar su acción exterior, con vocación real por la integración política en defensa de los Derechos Humanos. La cuestión es vital, puesto que la UE asume que la protección de estos derechos se tutela mediante el acervo común de sus miembros. Es un ámbito en el que no caben regresiones, si bien los europeos también tenemos obligaciones. Entre otras, la de no imponer a personas o a terceras partes limitaciones de derechos y libertades que nunca aceptaríamos para la ciudadanía europea.

Si aceptamos que el acervo común europeo ha facilitado avances positivos en materia de Derechos Humanos en la UE, incluidos los derechos sociales, es necesario que la fuerza de esta terrible crisis global no impida que la UE siga consagrando entre sus fines el respeto de los derechos individuales y colectivos, con un contenido social que garantice la dignidad de las personas sin discriminación. Este es un elemento central de trabajo para evitar fricciones entre los Derechos Humanos y la garantía de la seguridad común.

Una de las primeras reflexiones necesarias demanda que las instituciones de la UE se esfuercen en garantizar una política exterior real y eficaz sobre los graves problemas que rodean a la UE. Para ello es necesario definir con claridad hasta dónde llegan las voluntades políticas de los Estados miembros de la UE de cara al exterior, incluido el complejo papel de un Reino Unido casi ya ausente de la UE, pero presente en Europa. De no ser así, es evidente que la UE seguirá despistada, carente de alma política y acción exterior, en un mundo cada vez más globalizado.

Xabier Ezeizabarrena

Representante de EAJ-PVN en las Juntas Generales de Gipuzkoa

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