26 oct. Cuñadismo y acción institucional
Markel Olano
Hay mejoras objetivas en nuestro pueblo que no son percibidas como tal. Cambios positivos en nuestra vida diaria sepultados bajo una queja amplificada en medios y redes. Acciones institucionales que provocan pequeñas o grandes transformaciones que, paradójicamente, son interpretadas como pasos atrás o grandes chapuzas por una parte muy relevante de nuestra sociedad. ¿Cómo es posible que hayamos llegado a tal nivel de desconexión entre el ámbito institucional y grandes capas de la ciudadanía?
En primer lugar, no voy a eludir la parte de culpa que tenemos los responsables institucionales a la hora de interpretar la citada desconexión. Más de una vez he solido comentar que es muy importante qué se hace, pero que no lo es menos cómo se hace. En ese sentido, en nuestra tradición política siempre hemos solido dar importancia a la excelencia en la gestión, olvidando muchas veces que las instituciones públicas en solitario no somos capaces de llevar adelante los proyectos de futuro de nuestro país. Olvidamos, incluso, que todo cambio genera un cierto grado de desorientación inicial, por lo que es imprescindible fortalecer en todo el proceso la relación y comunicación con la ciudadanía afectada.
Sin embargo, hay otros motivos que, sumados al ya referido, pueden darnos una imagen más completa de la realidad. En primer lugar, no podemos olvidar que toda transformación implica un cambio en el “status quo” y que, si bien generalmente contribuye a la mejora del bien común, existe una parte minoritaria de la sociedad que puede considerarse agraviada. Voy a poner un ejemplo. La contaminación del centro de las ciudades y la lucha contra el cambio climático han dado impulso político a una serie de directivas y estrategias europeas que establecen la extensión de las Zonas de Bajas Emisiones en nuestras ciudades. El bien común está claro: preservar nuestra salud y hacer frente al cambio climático. Sin embargo, cuando dichas ZBEs se ponen en marcha con las consiguientes restricciones, parte de la ciudadanía reaccionará con enojo porque verá afectada negativamente su rutina diaria. Es un fenómeno normal, pero no menor.
Ese enfado es aprovechado por asociaciones y formaciones políticas que no están de acuerdo con los cambios y comienza a estructurarse una contestación mucho más organizada. El uso de las redes sociales, el wasap, etc. contribuyen a crear e incrementar la sensación –muy de estos tiempos de la posverdad– de que no se trata de una iniciativa que nos beneficia a toda la sociedad, sino un “invento” de algunos “políticos” que fastidia al ciudadano de a pie (en este caso, de “a coche”). En lugar de formular críticas constructivas, se descalifica integralmente la propuesta. Se difunden bulos y propagan medias verdades engañosas. En definitiva, se impulsa toda una estrategia de manipulación social.
Este hecho es alimentado por dos elementos que me parecen especialmente peligrosos. El primero es el “cuñao” que todos llevamos dentro. Esa tendencia a opinar de forma categórica de cuestiones de las que sabemos poco o nada. A caricaturizar temas muy complejos a los que daríamos una solución sin pensarlo dos veces. A menospreciar e insultar sistemáticamente a nuestros servidores públicos. Una tendencia que socava nuestro sistema democrático y abre las puertas de par en par a populistas de diversa índole.
Por otro lado, los medios de comunicación juegan también un rol que puede incrementar o reducir estas descalificaciones constantes. Voy a poner otro ejemplo. La reciente apertura del nuevo enlace de Marrutxipi en Donostia ha supuesto una mejora en la movilidad de la ciudad. Los barrios de Intxaurrondo, Gros y Egia cuentan con un acceso directo que les beneficia y que, además, descarga significativamente el tráfico en un acceso principal de la ciudad como es el que discurre junto al río Urumea. Pues bien, habida cuenta de que la puesta en marcha del nuevo enlace requerirá un cambio en los hábitos de movilidad y conllevará un período de transición con sus lógicos problemas y disfunciones, lo razonable sería que los medios de comunicación contribuyeran a facilitar dicha transición. Y lo hacen en gran medida.
Sin embargo, existen informaciones que se centran exclusivamente en las disfunciones iniciales de algunos proyectos porque es evidente que generan interés social y, por qué no decirlo, también cierto morbo. Pero en un contexto en el que el cuestionamiento de las iniciativas institucionales es regular, a veces de cariz inquisitorial, y dañino para el sistema democrático, corremos el riesgo de que proyectos que redundan objetivamente en la mejora de las condiciones de vida de todas y todos sean percibidos como negativos. Podemos llegar a la triste situación de que hagas lo que hagas va a ser ridiculizado y descalificado de un modo sistemático. ¿Es eso lo que realmente queremos para nuestro pueblo?
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