11 dic. Democracia, emparedado digital y nacionalismo vasco
Iñigo Barandiaran (Jurista y exdiputado de EAJ-PNV)
Nada queda ya al margen de la posibilidad de manipulación. Ni los grandes Estados, ni los sistemas, ni las ideologías. Menos aún los ratones sociológicos, como empresas, grupos políticos, o iniciativas ciudadanas que, cuanto más pequeños, menos capacidad tienen de respuesta a enigmas actuales.
La conclusión de la victoria de un candidato tan poco homologable a los caracteres occidentales como Donald Trump, sostenida en buena parte en el apoyo de grupos tecnológicos y personas (X, Elon Musk) con capacidad para intervenir el relato de la realidad, ha multiplicado las voces de alerta que, a lo largo y ancho de la esfera global y democrática, venían advirtiendo sobre la capacidad de los medios digitales sin control, capaces para la creación de alternativas que pretenden manipular la percepción general de la realidad.
Nada es, ya, lo que parece y las fakes, las mentiras, los bulos son la noticia, que se transforma en realidad alternativa a través de diferentes medios digitales. Medios que, además de escapar a ningún control son, en su mayor parte, propiedad de los nuevos magnates de la era moderna, que con un confesado propósito –según coinciden muchos pensadores y relatores que hasta la fecha han sido fiables–, pretenderían controlar la percepción que de la realidad tiene cualquier sociedad, para controlar ellos, a futuro, lo que suceda a lo largo y ancho de todo el mundo.
El relato decía, a la caída del muro de Berlín, que aquel suceso suponía la muerte de las ideologías como consecuencia de la desaparición de dos percepciones antagonistas de la construcción social, cual serían la liberal, de un lado, y la comunista o socialista –como prefieran–, de otro. No sé si aquel diagnóstico fue o no correcto, si bien percibo que la dicotomía, hoy día, es aún mucho más extrema, más radical. Y más peligrosa. Entre un gobierno de las élites frente al siempre imperfecto, pero corregible sistema democrático liberal, o un gobierno sin ideología, calificado como “eficaz” frente a la supuesta inoperancia de las administraciones sometidas a controles democráticos. Ocultando, eso sí, que dicha formula supone depender de los intereses de quienes detentan la mayor parte de la riqueza global, frente al gobierno de todos los ciudadanos. A mi modo de ver, un escenario dantesco.
Mi preocupación se dirige, por ello, a la necesidad de poner en valor y defender los cimientos de los sistemas democráticos y, en especial, a sus sistemas de control. A la necesidad de dotarlos de garantía para que las libertades básicas se sigan manteniendo con los caracteres –siempre mejorables–, que han hecho de la segunda mitad del siglo XX y el principio del XXI, el momento histórico de mayor libertad e igualdad en la historia de la humanidad.
¿Y qué pinta en ese escenario una propuesta política como el nacionalismo vasco? ¿Qué puede aportar a ese debate el nacionalismo de las pequeñas naciones sin Estado, que siempre han reclamado el derecho a decidir lo que a futuro parece que se niega incluso a las grandes naciones-Estado? Preguntas cuya respuesta, como el resto, habremos de ir formulando paso a paso, momento a momento.
Eso sí, me permitirán recordar y aportar que uno de los principios esenciales en que se ha sostenido siempre el nacionalismo vasco ha sido el de la subsidiariedad. Que las decisiones en el ámbito de las políticas públicas sean tomadas por las autoridades más próximas al ciudadano. Ensoñación, por un lado, pero medida de higiene y garantía, por otro, que como poco puede servir para paliar los déficits de lejanía y falta de control de esa globalidad perversa y conductista. Será difícil adivinar por donde irá el futuro, y menos aún el resultado de esa indescriptible batalla ideológica que ya se está dando en cualquier ámbito de la sociedad, territorio, Estado, medio de comunicación… Pero aportación, al fin y al cabo, para una sociedad futura que, aún hoy, seguimos imaginando, más que soñando.
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